jueves, 20 de diciembre de 2007

Aun no son las nueve y media... en la oficina, como siempre a estas horas tempranas sólo estamos Magda, Toni (que está y al siguiente parpadeo ya no, pero al siguiente sí...) y yo.
es la franja horaria en la que más rutina está establecida, y no sé por qué, me gusta. Me siento segura mientras enciendo el ordenador, a la vez que arranca me quito la chaqueta, la cuelgo en la silla que tengo delante. Silencio el móvil (ya puedo introducir mi password), voy a buscar un vaso de agua, cojo la galleta que me dan en la cafetería y la guardo, y la dejo en su sitio, en mi primer cajón, para cuando, a media mañana tenga hambre. Abro el Outlook y actualizo el correo, mientras me bajan los que por norma suelen ser 70 mails, arranco el remoto de mi jefe y a la vez que acutalizo mi sistema, acutalizo el suyo. Es el momento en el que me llama Cecilia desde el móvil y ya tanteo cómo será el día, si veo que está un poco apagada o estresada no sé cómo me lo monto pero consigo controlar la situación y provocar que su estado de ánimo se tranquilice. Sabemos tantearnos.
Son las 09.37hs, y ya han llegado Enric, Sara y Cecília.
Ya tengo todo instalado, no he recibido ningun mail de mis niñas, o mucho trabajo, o pocas novedades. Es hora de empezar a trabajar.

Ha empezado a llover.

Hoy, mientras cruzada el semáforo que me acerca a la oficina, una niña preciosa y sin problemas, le gritaba a una amiga suya que estaba en la otra acera, “estás más loca que un fideo” y me ha encantado. En ese momento, viéndole la cara de pillina, como si hubiera dicho la palabrota más gorda del mundo, no he encontrado absolutamente nada que esté más loco que un fideo.

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