martes, 22 de enero de 2008


Estamos todos. Toda la familia, incluso ha venido algún amigo. yo me apoyo en la pared, al lado de mi hermana y mi prima. Es una fiesta de pueblo y suena música pachanguera de orquesta, y la gente baila feliz y sonriente con los suyos. Es por la tarde-noche y el aire fresquito huele a manzanas de caramelo.
Mi tía viene bailando hacia mí, me coge de las manos y me arrastra hacia la multitud de gente que se mueve al son de alguna habanera. Llego un sitio concreto, mi tía me coge por los hombros y me gira. Allí está mi abuelo esperándome, sonriente. La cara se le ilumina y me recibe con los brazos estirados para unirnos a las parejas que bailan. Me invade ese sentimiento de felicidad tan grande que se te encoje el corazón y se mezcla fuerte con una profunda tristeza... tan juntos, que no sabrías distinguir un sentimiento de otro. Mi abuelo llora en mi oído, “es porque estoy feliz, no te preocupes mi niña”. yo tampoco puedo reprimir las lagrimas.

Sigo con el corazón encogido desde entonces.


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